Maima Mahamud era apenas una niña cuando huyó de Dajla junto a su familia en 1975 para ponerse a salvo de la ofensiva marroquí articulada por Hassan II sobre el Sáhara Occidental. A diferencia de buena parte de sus vecinos, partió hacia el sur y recaló en la ciudad mauritana de Zuerat.
En 1978 su madre resultó herida en un ataque y su padre entró en prisión. Una vez más, empujados por el miedo y la desesperación, Maima y sus parientes se vieron obligados a cogerlo todo y salir en busca de refugio. Tras un interminable periplo arribaron al campamento de refugiados de Dajla, en la hamada argelina, como ya lo habían hecho miles de saharauis. “Fueron tiempos muy duros, los niños se morían de hambre, nos encontrábamos en la indigencia más absoluta”, me dice.
Cuando tenía nueve años, en 1982, Maima fue elegida junto a otras 99 niñas para viajar a Cuba. “Estuvimos 24 horas en el aeropuerto de Barajas. Las autoridades españolas nos trataron mal porque no teníamos pasaportes, viajábamos con salvoconductos. No nos dieron de comer”, señala.
Permaneció en la isla caribeña el resto de su infancia y toda la adolescencia, estudiando, preparándose para el futuro, con la idea insoslayable, a pesar de su corta de edad, de que volvería al Sáhara para luchar por la independencia de su pueblo. En poco más de un lustro Maima había experimentado tres veces el trauma del desarraigo: primero rumbo a Mauritania, luego hacia a Argelia y finalmente en Cuba, donde tuvo la posibilidad de regresar para ver a sus padres y hermanos sólo en una ocasión. Una niñez solitaria, marcada por la pérdida de todo asidero. Una vida condicionada por la ocupación marroquí, por el comportamiento inmoral e hipócrita de la comunidad internacional, por esos manejos y estrategias del poder que sin remordimientos se llevan por delante a la gente más postergada y vulnerable.
Desde que se reencontró finalmente con los suyos, en las sórdidas arenas del exilio, Maima comenzó a experimentar una honda preocupación por la situación de la mujer, ya que el 80% de las refugiadas carecía de posibilidades de continuar con los estudios una vez superado el nivel de formación elemental.
Fue por esta razón que creó en 1999 la Escuela de Mujeres de Dajla. Un proyecto piloto que sería replicado en los demás campamentos sahauis. El aspecto exterior del edificio que da vida a la escuela, de paredes descascaradas, erosionadas por el constante azote del siroco, contrasta con la actividad febril que se descubre en su interior, donde
más de cien mujeres, de entre 18 y 55 años de edad, reciben formación en talleres de costura, informática, cocina y producción audiovisual. Lo aprendido por estas mujeres se perpetúa muchas veces a través de pequeños emprendimientos que ponen en marcha con la ayuda de microcréditos, como la única pizzería del campamento de refugiados, a la que me dirijo algunas noches para encontrarme con amigos y que es todo un éxito entre quienes venimos del extranjero al Sáhara.
Quizás sea debido a los innumerables momentos difíciles que ha tenido que superar a lo largo de su vida, pero lo cierto es que Maima, aunque se muestra como una mujer sumamente amable, cálida y sonriente, habla de forma terminante, sin mostrar fisuras en sus ideas y sin hacer compromisos políticos. A sus 33 años parece poco dispuesta a las concesiones innecesarias.
“Tenéis que recordar que nosotros también éramos españoles y que, mientras vosotros habéis progresado en estos treinta años, nosotros nos hemos quedados estancados en la miseria y el olvido”, afirma Maima. “Somos un pueblo noble y bonito que no se merece lo que le pasa”.
Con respecto a la mujer, el eje de su lucha, Maima sostiene que en el Sáhara se ejercita una versión del islam que debería ser tomada como paradigma. “Aquí no hay violencia contra nosotras, al contrario: vivimos en un clima de tolerancia y libertad”.
En el marco del Festival de Cine del Sáhara, que ha tenido lugar a lo largo de la última semana, tuve la oportunidad de ver actuar a otra extraordinaria dama del desierto,
la cantante Mariam Hassán, acerca de la cual os escribirá quien realmente sabe sobre estas cuestiones, José Ángel Esteban, compañero de lujo en esta inmersión en el complejo universo del exilio saharaui, tan latente de maravillosas lecciones por aprender, de inspiradores ejemplos de vida, como desgarrador y frustrante…